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Cómo los hombres y los niños afectan el desarrollo de unos y otros

Lea este artículo para obtener más información sobre cómo los hombres y los niños afectan el desarrollo mutuo en una familia.
father smiling and holding laughing baby

Desde el comienzo de la vida de los niños, los padres manejan a los bebés de manera diferente que lo que hacen las madres. A primera vista, uno podría pensar que los diferentes niveles de experiencia con los bebés de hombres y mujeres podrían explicar las diferencias en el manejo, pero las observaciones más de cerca documentan que hasta los hombres que tienen mucha experiencia con niños los manejan muy diferentemente que las mujeres. Lea este artículo para aprender más.

Escrito por Kyle D. Pruett, M.D., Yale Children Study Center, New Haven, Connecticut. Extraído de la publicación Zero to Three Journal, Agosto/Septiembre de 1997 (Vol. 18:1)

No existe un niño sin padre

Los niños cuyos padres no están presentes en su vida diaria comienzan a buscar a sus padres tan pronto como se dan cuenta de que los niños tienen mamá y papá, aunque su papá pueda no ser inmediatamente obvio. Como clínico e investigador que observa las conexiones que los niños pequeños procuran en el mundo adulto, he visto la búsqueda innumerables veces: Los niños que no pueden hallar a sus padres se inventan uno adecuado a su gusto, ya sea que le llamen “papi” o no. En un niño pequeño que no ha sentido alguna forma de afecto masculino, el hambre de una presencia paterna puede ser insaciable.

Es la presencia de esta hambre, que comienza tan temprano en la vida de los niños, que nos indica la importancia general de los hombres en la vida de los niños en desarrollo. Como una máxima bien conocida sobre los primeros años nos lo recuerda, los apetitos tienden a servir a la supervivencia y el bienestar del bebé. El hambre del niño por un padre no es diferente.

En la presentación que sigue examinaremos lo que hemos llegado a entender sobre la singular contribución que aportan los hombres a la vida de los niños pequeños, y cómo funciona la presencia masculina para promover el desarrollo. También trataremos cómo la interacción constante de afecto con sus propios hijos y con los de otros afecta a los hombres, con frecuencia profundamente.

Gran parte de lo que se ha escrito en las últimas décadas que se ha centrado en hombres y niños pequeños se concentra en los padres biológicos específicamente. Pero para el niño, lo que importa es la paternidad emocional, y es el niño quien con el tiempo designa la paternidad emocional. Por consiguiente, es probable que la investigación sobre el “efecto padre” tenga más significado si suponemos que los documentos abordan el tema del padre psicológico, o de la “vida”, en lugar del padre biológico o de “nacimiento”. Los padres no actúan como madres así como tampoco las madres actúan como padres. Al tratar a los niños pequeños, los hombres tienden a parecerse a otros hombres mucho más que a las mujeres, cualquiera que sea la relación biológica entre los hombres y los niños. Desde el comienzo de la vida de los niños, los padres manejan a los bebés de manera diferente de la que los hacen las madres. A primera vista, uno podría pensar que los diferentes niveles de experiencia con los bebés entre los hombres y las mujeres podría explicar esas diferencias, pero las observaciones de cerca documentan que aun los hombres que tienen mucha experiencia con niños los manejan de manera diferente de las mujeres. Ni mejor ni peor, sino diferente. ¿Cómo sucede esto? ¿Y qué diferencia, si la hay, significa esto para el bebé?

La transición de “hombre” a “padre”

Debido a que esto se ha estudiado con cierta profundidad, la transición de “hombre” a “padre” puede ser el mejor lugar para comenzar a buscar respuestas a estas preguntas. Esta transición es una tarea muy compleja, tanto psicológica como físicamente. En muchas culturas, con frecuencia los hombres participan profundamente en el embarazo y el parto. Su participación fisiológica puede ser desde aumento de peso hasta dolores que van desde el abdomen hasta la boca. Todo el mundo conoce los antojos de comidas de las embarazadas, pero los hombres que son sus parejas tienen casi las mismas, especialmente de productos lácteos. En la península de Yucatán, México, el embarazo de una mujer se considera confirmado cuando su cónyuge comienza a tener antojos de alimentos ricos en carbohidratos. Muchos hombres que esperan un hijo experimentan ansiedad creciente —a veces abrumadora— con respecto a ser un proveedor y protector adecuado, para no mencionar ser competente en la crianza. Los sueños pueden cambiar, lo que indica una reorganización importante del propio mundo interior del que va a ser padre.

Pero en la transición de hombre a padre, por pura economía de efecto nada se compara con el valor de estar presente en el nacimiento del propio bebé. (Esto no quiere decir que no haber estado allí es quedarse atrás para siempre, pues hay muchas oportunidades para ponerse al día.) La experiencia del nacimiento le a un padre, en especial a uno que es nuevo en ese papel, una ventaja en apegarse a su bebé de una manera que es única para él y sus propios sentimientos sobre el niño. Esto es algo bastante diferente de ser tan solo un ayudante de la madre. El poder de estar allí como testigo del nacimiento es lo mismo ya sea que el padre haya tenido la oportunidad de preparase para el acontecimiento o no. Él puede sentirse más cómodo con el hecho físico del nacimiento si se ha preparado, pero la experiencia de apego entre el padre y el recién nacido parece ser una experiencia intrínsecamente poderosa. El estudio clásico de Greenberg del impacto que tiene en los padres el haber presenciado el nacimiento de sus hijos halló que los que estuvieron presentes en el parto describían con mayor precisión los humores y el temperamento del bebé y daban descripciones más detalladas de sus personalidades a los tres y cuatro meses (1974). Usó la expresión “estar absorto” para describir el fenómeno de los padres que están tan “enamorados” de este ser que nunca había visto antes, queriendo (con frecuencia para su propio asombro) pasar horas contemplando o tocando a sus recién nacidos.

Pero el período inmediatamente posterior al nacimiento puede hallar a los padres vulnerables, así como también absortos. Con frecuencia estamos tan ansiosos de afirmar un apego estrecho e ininterrumpido entre el bebé y la madre que, al servicio de una temprana “vinculación madre-bebé”, sin quererlo perturbamos la conexión temprana entre el bebé y el padre. Con frecuencia los padres sienten –o se les dice directamente– que deberían dejar tranquilos a la madre y al recién nacido durante lo que algunos observadores llaman a los primeros tres meses de vida del bebé el “cuarto trimestre” de embarazo, en lo que respecta al padre. Zaslow (1981) informa que dos tercios de los padres primerizos describen tener alguna forma de “melancolía” durante este período. Sienten que tienen menos control sobre su propia vida, que son inadecuados para la tarea que se les presenta, y marginados en su relación con su esposa. Es interesante señalar que el mejor tratamiento para la depresión en los padres es tener más contacto con el bebé.

La vulnerabilidad de los nuevos padres puede ser difícil de comprender para las nuevas madres. Una nueva madre está ansiosa por disfrutar y practicar su nueva aptitud maternal. Hacer que su bebé responda al cuidado de él o de ella es el mejor antídoto a todas sus preocupaciones e inquietud sobre ser inadecuada. Precisamente lo mismo es cierto para los padres. Pero debido a que tantas madres han tenido práctica en la provisión de cuidados antes de tener sus propios bebés, y debido a que sienten la constante presión de la cultura y la sociedad para demostrar su competencia, se sienten particularmente empeñadas en practicarlo para “hacerlo bien”. Cuando se exagera en esto, el padre puede sentirse excluido y se aparta. Al poco tiempo, la madre tiene la exclusividad que desea pero, sin quererlo, ha perdido el socio más importante en el cuidado del niño.

Francis Grossman describe este fenómeno muy común como de controlador: La madre “permite” que el padre participe en la vida del niño para realizar ciertas tareas que ella considera que él puede hacerlas, en lugar de apoyar al padre a desarrollar su apego singular y duradero al niño, sobre la base de la propia experiencia de los dos.

¿Es el cuidado paterno importante para los bebés?

Si los padres tienen la capacidad de criar a sus hijos en forma competente pero diferente de las madres, ¿es esto importante para los niños? Aparentemente sí lo es, según dos décadas de estudios de investigación. Los bebés de ocho semanas de vida pueden diferenciar entre sus padres y sus madres, y responden de manera diferente a sus acercamientos. Yogman (I981) comparó videocintas de las respuestas de bebés cómodamente sentados al acercamiento de sus madres y al de sus padres. En anticipación a que sus madres los alzaran, los bebés se calmaban, sus ritmos cardíaco y respiratorio disminuían y cerraban parcialmente los ojos. Cuando esperaban que su padre lo tuvieran en brazos, los bebés encogían los hombros, abrían grandemente los ojos y aceleraban sus ritmos cardíaco y respiratorio.

Es importante contemplar lo que esta capacidad hace en los “circuitos” del bebé de seis a ocho semanas si vamos a entender las respuestas especiales de bebés y padres a unos y otros. Estas sutiles diferencias cara a cara en el juego, la modulación, el contacto verbal y físico son mutuamente apreciadas por el niño, el padre y la madre. Ellas justifican los sentimientos del padre de que su relación con su bebé es irremplazablemente especial. Un padre primerizo de 17 años de edad se quedó pasmado cuando su bebé abrió grandes los ojos en respuesta a que él la tomara para levantarla. Le preguntó a su hija: “¿No soy tu mamá y aun así tú quieres que yo te alce?” Este poquito de aliento de su bebé lo emocionó e hizo que siguiera volviendo por más.

Efectos positivos de la participación masculina en el desarrollo de los niños

La participación masculina, apoyada por las respuestas de los bebés y las mujeres, tiene efectos positivos medibles en el desarrollo de los niños. Al estudiar los efectos de la participación de los padres en el cuidado diario y el mantenimiento físico de los bebés, Pedersen y sus colegas hallaron que cuanto más activamente había estado envuelto un bebé de seis meses con su padre, más elevado era el puntaje del bebé en las escalas Bayley de desarrollo del bebé (Pedersen, et al., 1980). Al examinar a bebés de dos meses de edad de familias de dos padres de ingresos medianos, Parke y Sawin (1975) hallaron que cuando más participaban los padres en bañar, alimentar, cambiar los pañales y otras rutinas del cuidado físico, más socialmente receptivos eran los bebés. Más aún, un año más tarde estos bebés parecían ser más resilientes ante situaciones estresantes.

La participación masculina tiene efectos positivos en el desarrollo de bebés y niños pequeños vulnerables, así como típicos. En sus estudios de bebés prematuros, Gaiter (1984) y Yogman (1987) hallaron que la participación paterna temprana tenía un efecto de mitigación considerable en la vulnerabilidad de largo plazo de estos bebés en riesgo. Ambos investigadores hallaron que los padres que visitaban a sus bebés en el hospital con frecuencia, los tocaban y hablaban con las enfermeras sobre ellos, estaban considerablemente más dedicados a sus bebés hasta un año después de haber sido dados de alta del hospital. Potencialmente igual de importantes eran los datos que sugieren que cuando más dedicado esté el padre, más rápido es el aumento de peso y más pronta la salida del bebé del hospital. (Deténganse un momento y piensen en cuán fácil es para los padres de su unidad de cuidados intensivos neonatales —o los que ustedes han conocido— encontrarles a sus bebés, tocarlos y hablar con ustedes o con cualquiera de cómo les está yendo.)

La misma vulnerabilidad del bebé prematuro es un factor importante para provocar los impulsos protectores y proveedores de los hombres. Las necesidades

Estereotipos, expectativas, funciones y variaciones en la crianza masculina

El estereotipo del hombre como protector y proveedor de su hijo ha moldeado poderosamente las expectativas de los padres (y de otros) sobre sus roles. En las familias tradicionales, los padres han tenido un papel adicional importante y reconocido como el más significativo después del de la madre en la vida del bebé. Hemos aprendido que los bebés pueden desarrollar apegos emocionales profundos a sus padres que no dependen de la seguridad que derivan de sus diferentes apegos a sus madres. Como hemos señalado anteriormente, hasta los bebés muy pequeños experimentan que los hombres son diferentes de las madres en olor, tamaño, estilo, sentido, sonido y presencia en general. Los bebés pronto se dan cuenta de que los padres sencillamente no están presentes tanto como las madres; al parecer se presentan aquí y allí en momentos inusitados. Cuando el padre está ahí, es importante, pero de maneras que son diferentes de la madre. Por medio de estas experiencias, los bebés comienzan a aprender de sus padres sobre idas y venidas, transiciones, separaciones y protección afectuosa pero no materna. Es así que el padre es un perfecto recurso para ayudar a diferenciar el propio yo del de la madre. Por eso muchos niños pequeños se vuelven tan decididamente a los padres en el segundo año, en tanto practican su propia autonomía y diferenciación de sus proveedoras de cuidados principales, sus madres.

La función del padre en ayudar a sus hijos a desarrollar un sentido se su identidad sexual se ha reconocido desde hace tiempo. Hace más de 20 años, Maccoby y Jacklin (1974) examinaron las maneras en que los padres y los hombres en general diferencian o moldean la identidad sexual de los niños para conformarse con las normas de la sociedad en cuanto a las expectativas de las funciones del sexo. Describen el lenguaje, el vocabulario y los estilos de manejo físico de los hombres que juntos sirven para hacer que sus hijos sean “masculinos” y sus hijas “femeninas.” Las diferencias en la crianza que tienen que ver con roles y las diferencias que están relacionados con el sexo son sumamente difíciles, si no imposibles, de determinar.

Una preocupación más oscura sobre el interés de los hombres en la sexualidad de los niños surge aquí, sabiendo como sabemos las tasas de explotación sexual de niños pequeños por parte de hombres, muchos de los cuales también son padres. Pero también aquí, la investigación sobre el efecto que tiene el cuidado por parte de los hombres tanto en éstos como en los niños es alentadora. Hilda y Seymour Parker de la Universidad de Utah estudiaron a varios cientos de familias con historias de maltrato sexual de niños y compararon la predisposición de los padrastros y los padres biológicos a maltratar a los niños. Hallaron que es considerablemente menos probable que los hombres que participan en el cuidado físico de un hijo biológico o hijastro menor de tres años maltraten sexualmente a sus propios hijos o hijos ajenos más tarde en la vida que los hombres que no han participado en su cuidado. (Parker y Parker, 1987). Al parecer, la relación de hombre y bebé que se desarrolla en el marco del cuidado físico impide la explotación de esa intimidad por parte de los adultos a medida que el niño madura.

Naturalmente, la variabilidad y la gama de la crianza por parte del hombre son tan amplias como en la crianza por parte de la mujer. La mayoría de los resultados sobre patrones distintivos de la crianza masculina son tan solo tendencias; todos conocemos a padres que se asemejan a las madres tradicionales y madres que se asemejan a los padres tradicionales. Pero gran parte de la investigación parece sugerir que en sus interacciones con hombres protectores, los niños pequeños parecen responder a más que solo el hecho de que el padre sea otra persona. Los estilos distintivos de los padres de jugar con los niños pequeños y enseñarles (que posteriormente evolucionarán en diferentes estilos de disciplina) sirven para efectuar esta particular sintonización entre el padre y el bebé, relación que no parece ser la misma que la existe entre un bebé y otros adultos “importantes pero que no son la madre”, que se dedican a la crianza.

Los padres como proveedores principales de cuidado

¿Cómo es el cuidado paterno cuando no es simplemente suplementario o episódico? ¿Cómo se ve la crianza masculina y cómo ella afecta el crecimiento y el desarrollo de los niños, cuando está sujeto a la expectativa diaria de servir como principal recurso emocional y físico para los propios hijos? Durante 12 años he venido realizando estudios pequeños, longitudinales y que generan hipótesis del impacto en el desarrollo de niños pequeños que tienen un padre como proveedor principal de cuidado a temprana edad (Pruett, 1985, 1987, 1992). Mi muestra consiste en 18 familias de dos padres, hispanas, caucásicas y afroamericanas de todo el espectro socioeconómico. Algunos de estos padres habían planeado antes de tener un hijo que el padre sería el principal proveedor de cuidado, algunos habían llegado a esta decisión por medio de un proceso de mutuo acuerdo, y algunos se vieron forzados a este arreglo debido a circunstancias económicas. Ninguno de ellos consideró que este arreglo fuera algo no temporal.

Efectos en el desarrollo de los niños

A varios intervalos, a partir del momento en que los niños del estudio tenían de 2 a 22 meses, evaluamos su desarrollo utilizando los cronogramas de desarrollo de Provence-Gesell de Yale. La última entrevista fue cuando hicimos el seguimiento cuando los niños tenían 10 años de edad. Después del primer año, comenzaron a surgir algunas tendencias interesantes:

  1. Los niños que fueron criados principalmente por hombres eran bebés activos, vigorosos, robustos y florecientes. También eran competentes. La mayoría de los bebés funcionaban por encima de las normas esperadas en varias categorías, particularmente en solución adaptativa de problemas y adaptación social.
  2. Además de los aspectos cuantitativos de puntajes de los desempeños de estos bebés, con frecuencia surgieron características cualitativas y estilísticas curiosas. Lo más notable es que estos bebés parecían estar especialmente cómodos con la estimulación del entorno externo y verse atraídos a esto. Se podían calmar y regular a sí mismos, pero su apetito por participar en el mundo exterior y traerlo a su propio mundo era especialmente agudo.
  3. Si bien este resultado fue más difícil de cuantificar, muchos de los bebés parecían esperar que su curiosidad, su persistencia y su comportamiento desafiante serían tolerados (posiblemente hasta apreciados) por los adultos de su entorno, sean ellos padres, proveedores de cuidado de niños o examinadores. Estos bebés parecían esperar que el juego fuera vivo, estimulante y correspondido, y que los bloques y los rompecabezas a la larga cedieran a la persistencia y la determinación. Típica de este grupo fue Amy, de 22 meses de edad que con un golpe firme tiró su torre de 10 cubos construida con cuidado y orgullo y, esparciendo los bloques por toda la habitación, se sentó hacia adelante en el borde de su silla y fijó los ojos en los del examinador como diciendo: “¡¿Soy o no genial?!”

Efectos en los padres

De modo que los bebés estaban bien. ¿Y qué se puede decir de los padres? Estábamos interesados en cómo se sentían los padres sobre sus bebés, cómo se sentían sobre sí mismos como padres y cómo se sentían ellos (y sus cónyuges) sobre los padres en otros roles de adultos.

Los padres desarrollaron un intenso apego a sus bebés y un sentido de sí mismos como principales proveedores de cuidado en etapas. Lograron una relación crucial de afecto recíproco con sus bebés a ritmos diferentes, dependiendo por lo general de cuánto tiempo tenían para prepararse para este rol en su familia. La mayoría de las familias tenían un período de tres a ocho semanas después del nacimiento del bebé en el cual la madre se desempeñaba como la principal proveedora de cuidado del bebé, o por lo menos en igualdad, pero algunas familias no tenían tiempo para preparase para la transición cuando la madre volvía a la escuela, al trabajo, o a su carrera. Esta transición fue crucial tanto para ambos padres como para los bebés.

Una vez que asumieron sus funciones de proveedor principal de cuidados, los hombres informaron una secuencia uniforme de realizaciones. Cuando se enfrentaron por primera vez con los problemas cotidianos, como un bebé que llora inconsolablemente, el padre, lo que no es de sorprender, pensaría para sí mismo: “¿Qué haría mi esposa?” La sorpresa viene en la siguiente etapa. En algún momento entre 10 días o algunos meses después, estos hombres habían abandonado completamente el cuadro mental que tenían de sí mismos como el reemplazante de mamá, o aun de ser un “Señor Mamá” (términos que ellos desprecian universalmente). Surgieron estilos singulares de proveer cuidados a medida que los hombres gradualmente comenzaban a pensar de sí mismos como padres por derecho propio. No obstante, la mayoría de los hombres mantuvo este nuevo sentido de sí mismos para sí mismos, tal vez por temor a que desapareciera o tal vez debido a que “no deberían tener este sentido”. Más tarde, muchos padres reflexionaron que su reticencia había sido acertada; pensaban que si expresaban su propia autoconfianza paternal emergente en ese momento habrían herido los sentimientos de sus esposas.

Los padres estaban impresionados de la profundidad y la rapidez con la que se habían apegado a sus bebés. Hallaron que tal vez más difícil de creer era el que los bebés los veían como tan inmensamente significativos. Un padre estaba perplejo cuando su hija de cuatro meses dejó de comer durante dos días y desarrolló una perturbación del sueño que duró una semana después de que él se quitó la barba. Ella se mostraba irritable e inconsolable y evitaba la mirada del padre cuando este trataba de consolarla. Aceptaba el consuelo de la madre, pero aun así solo brevemente. Fue solo después de que un vecino no lo reconoció en el elevador, este padre pensó que su hija podría estar teniendo el mismo problema y que estaría echando de menos al papá con barba que ella conocía y amaba. Este fenómeno de apego intenso se vuelve comprensible cuando vemos el poder que tienen las tareas diarias, a veces tediosas, de cuidar a un bebé de tres a cuatro meses de evocar en un padre un profundo compromiso con el bienestar del bebé.

Ambos padres y sus cónyuges informaron que la experiencia del proveedor principal de cuidados había cambiado ampliamente el comportamiento, las preocupaciones y la imagen de sí mismos de los padres como adultos. No todos los cambios fueron positivos. Por ejemplo, los padres dijeron que, si bien amaban a sus bebés, sufrían una pérdida de estima como miembros “productivos” de la sociedad. Los preocupaba volverse aburridos y subir de peso, perder su arista intelectual o proeza física y, de pronto, disfrutaban de ver telenovelas. La soledad era un problema para la mayoría de los padres, que hallaban que tenían pocos amigos, si los tenían, con quienes hablar de sus bebés y su mundo.

Por otra parte, estos padres eran más conscientes del mundo emotivo, pasaban grandes cantidades de tiempo sencillamente contemplando a sus hijos cuando dormían o comían. También sentían como si estuvieran aprendiendo a “no preocuparse por los pequeños detalles” (¿Qué padre de un bebé tiene tiempo para esto?). Los padres se sentían culpables de enojarse con sus hijos después de cuatro noches seguidas sin dormir o cuando sentían que habían perdido la paciencia con un bebé irritable e inconsolable. Mientras escuchaba sus historias, oía otra vez qué difícil es esta labor independientemente del sexo del principal proveedor de cuidado, y cuánto consuelo brindaría a muchas madres jóvenes escuchar la lista de alegrías y preocupaciones de los padres. ¡Gran parte de ello proviene del trabajo mismo!

Las esposas de los padres que son principales proveedores de cuidado eran más positivas que los padres mismos en caracterizar los cambios que ocurrieron en estos hombres. Las esposas hallaron que sus esposos eran más pacientes no solamente con sus hijos sino con ellas (a no ser que el padre sintiera que su esposa no estaban colaborando lo suficiente) y más disponibles emocionalmente, aunque más exhaustos físicamente. Sin embargo, las madres luchaban con la envidia al contemplar que la relación se profundizaba entre su hijo y su cónyuge. No obstante, hallaron que este sentimiento era difícil de expresar, ya que la mayoría de las madres también estaban agradecidas de que fuera él quien cuidara a su hijo, y no “algún extraño”.

Resultados posteriores

Pese a lo interesante que puedan ser estos resultados tempranos, las observaciones hechas durante un período relativamente breve en la vida de un niño pequeño puede decirnos muy poco. Anna Freud, Sally Provence, Albert Solnit y Alan Sroufe, entre otros, nos han enseñado que los estudios longitudinales son la mejor manera de permanecer humildes como investigadores. Una y otra vez, aprendemos que rara vez somos lo suficientemente inteligentes como para hacer las preguntas correctas la primera vez que interactuamos con una población de estudio. Así es que volví al grupo de padres e hijos a los dos años y luego otra vez a los cinco años, empleando nuevamente entrevistas de juegos y los cronogramas de desarrollo de Provence-Gesell de Yale con los niños.

Para el quinto año del estudio, me sorprendió hallar que en siete de las 16 familias originales con las cuales había tenido contacto, los padres seguían actuando como principales proveedores de cuidado de los niños del estudio y algunos hermanos más. Entre las nueve familias restantes, la madre era la principal proveedora de cuidado en seis de ellas; en cinco de esas familias había un segundo hijo. Tres familias empleaban cuidado suplementario del niño, guarderías o niñeras; los padres y las madres se describían a sí mismos como que compartían el cuidado de sus hijos “aproximadamente en igualdad”. Esto es lo que hallamos sobre los niños, ahora de cinco años de edad:

  1. No había señales de problemas, ya sean intelectuales o emocionales, en este grupo de niños.
  2. Algunas diferencias estaban surgiendo en el nivel y la gama de la madurez emocional de los niños, la calidad de sus relaciones humanas y su habilidad para manejar el estrés y las presiones de la vida diaria. No había grandes marcadores que los separaran de otros niños de su edad criados más tradicionalmente por la madre. Sentían entusiasmo por la vida, eran decididos y cómodamente dependientes, mostraban un impulso vigoroso por el control y expresaban las inquietudes normales de la niñez para niños y niñas.

Este grupo de niños demostró una flexibilidad emocional sólida, incluidas pruebas rudimentarias de que podrían estar desarrollando una facilidad mayor que lo usual en moverse hacia atrás y adelante entre las funciones y expectativas que tradicionalmente se piensan que son femeninas y masculinas.

Si había algo singular en sus imágenes internas de sí mismos, como se reveló en sus juegos, era la prevalencia del padre como fuerza protectora. Los niños que tienen un padre como la principal fuente de protección parecen ser más curiosos sobre el padre como procreador y demuestran más interés en ellos que los niños que se crían más tradicionalmente. El padre hace seres humanos junto con la madre, quien también los da a luz.

Por último, los principales resultados del seguimiento a los 10 años (edades de los niños: de 10 a 12 años) pueden resumirse como sigue:

  1. Los beneficios considerables para el niño de tener un padre como principal proveedor de cuidado en la infancia y los años de preescolar surgieron de la presencia de dos padres que interactuaban bien uno con otro y con el niño, y no necesariamente del estímulo cognitivo o emocional especial del padre solamente.
  2. Los padres se sumaron temprano a las actividades de crianza de transición y recíprocas que estimulan el apego emocional que es tan vital en el desarrollo de la personalidad en los primeros años.
  3. El estilo y la elección de los comportamientos de un padre proveedor de cuidados tienen raíces profundas en deseo normal y de autoparticipación del padre de proteger y ser protegido. Este mecanismo también es importante en las madres, si bien los comportamientos de las madres proveedoras de cuidados pueden verse afectados poderosamente por las experiencias físicamente íntimas del embarazo, el nacimiento y la lactancia.
  4. El estilo de cuidado del padre refleja la imitación selectiva de importantes proveedores de cuidado de su vida y la identificación con ellos. En otras palabras, las capacidades de protección de los hombres en la crianza no parecen estar totalmente determinadas ni por la dotación genética ni por la identidad de género. En lugar de ello, las recompensas y los refuerzos culturales y sociales de una crianza competente interactúan en la mente de un hombre con el placer interno de ser un tipo particular de padre. El proceso produce una competencia paterna que es única a ese hombre y a ese niño.

Repercusiones en los resultados de la investigación

Al igual que lo que sucede con todas las investigaciones, debemos tener cuidado en cuanto a sobreinterpretar las repercusiones de las ideas nuevas sobre la importancia de los padres en la vida de los niños pequeños. Por ejemplo, sobre la base de algunos de estos datos, algunos se apresurarían a forzar a los padres a quedarse en la vida de sus hijos y proveer apoyo, tanto financiero como emocional, independientemente de los motivos de la ausencia de los padres. Pese a ello, con tanto que hay que aprender sobre la crianza masculina (incluida la posible función de mediadores biológicos, como la oxitocina y las feromonas) y pocos estudios observacionales y longitudinales que estén en marcha, no está nada claro lo que se lograría mediante esfuerzos externos para exigir la presencia de un padre en una familia que no ha podido preservar esa presencia por sí propia o con los apoyos que ha buscado voluntariamente. Los estudios longitudinales que tienen en cuenta plenamente el contexto deben ser nuestra norma cuando tratamos de comprender los fenómenos complejos, o usar los resultados de la investigación para guiar decisiones programáticas y normativas.

Variedades de paternidad

Al igual que la maternidad, la paternidad —especialmente la “paternidad emocional “— puede expresarse a varios niveles de intensidad y competencia. Un solo niño puede tener un padre biológico, uno o más padrastros, abuelos, tíos y otros hombres importantes presentes en su vida. Las distinciones entre estas “personas especiales” pueden ser sencillamente teóricas desde la perspectiva de los niños pequeños que han escogido, entre todas las posibilidades, quién es su padre emocionalmente. Por consiguiente, trato con cautela la investigación que se ha centrado en la crianza masculina de niños pequeños en una variedad de circunstancias especiales.

Los padres solteros que tiene la custodia de los hijos, cuyos números se han cuadruplicado desde el censo de 1980, hacen bastante buen trabajo con ellos. DeFrain y Eirick (1981) los describen como un grupo razonablemente exitoso, instruido, por lo general en puestos de gerencia, que perciben ingresos situados en el promedio nacional o por encima del mismo, y que son de mente abierta y flexibles en su manera de criar, y receptivos en cuanto a las necesidades de sus hijos. Dada la repercusión de la pobreza en el desarrollo de los niños en este país, los jueces hallan que es difícil hacer caso omiso a los probables beneficios económicos de colocar a los niños con los padres cuando se trata de asignar la custodia en casos controvertidos de divorcios en los cuales ambas partes parecer ser igualmente competentes (o igualmente incompetentes). Aun así, como lo han demostrado Kline Pruett y Santangelo (en proceso de edición), el proceso de divorcio mismo puede ser una amenaza tremenda a la presencia del padre en la vida de los hijos y necesita una reforma sustancial antes de que pueda convertirse en un contaminante menos tóxico en la vida del niño. El padrastro, que es tan propenso a estereotipos negativos como la madrastra, es cada vez más común en este país y cada vez más complejo, dadas las capas y mezclas de hijos biológicos y no biológicos en varias generaciones en algunas familias combinadas. La investigación sugiere que los padrastros pueden ser más atentos a las necesidades de sus hijastros y menos arbitrarios en su estilo de paternidad que muchos padres que viven con la madre de sus hijos biológicos.

Los padres adolescentes, a menos que reciban apoyo y orientación de la familia, la comunidad, los mentores o profesionales, están tan poco informados sobre las necesidades de sus hijos como lo están las madres adolescentes. Sin embargo, es de sorprender que la mayoría de los padres adolescentes se sienten cercanos a sus parejas y a sus bebés. Muchos desean ser incluidos en la crianza de sus hijos (Greenberg, l995).

El ser abuelos puede ofrecer a muchos hombres la oportunidad perfecta para la expresión manifiesta de la crianza masculina no ambivalente. Como lo señaló mi propio padre: “A esta altura de mi vida, ya he tenido éxito en mi vida o no lo he tenido, y a mis nietos poco les importa. Me aman sin juzgar y yo les devuelvo el cariño sin pensarlo dos veces.” Este especial alivio de dividir la vida y el corazón de uno entre proveer para los propios hijos y estar con ellos que caracteriza a los abuelos que no tienen la custodia cataliza un afecto no consciente que muchos hombres no pudieron mostrar a sus propios hijos, pero que se sienten perfectamente cómodos de compartir con sus nietos.

Los niños cuyos propios padres no han estado disponibles durante los años de su crianza pueden buscar con afán el afecto masculino de un abuelo, y es muy acertado que una madre y una abuela apoyen esta conexión. Como lo dijo una madre soltera en el Instituto Nacional de Capacitación de CERO A TRES, “Le puedo decir a mi hijo que sea un hombre, pero no puedo mostrárselo.” No subestime la importancia de un abuelo. Con frecuencia, él tan solo está esperando que le pidan. Muchos de los programas de intervención más fructíferos para los niños en riesgo que han dado resultado para aumentar la presencia masculina se han beneficiado especialmente de la dinámica del abuelo. Lo que un abuelo (o una figura de abuelo) puede haber perdido en velocidad y fuerza, por lo general lo ha compensado en paciencia, sabiduría, gracia y hasta humor. El cuidado de los abuelos puede funcionar tan bien que la generación intermedia puede llegar a sentir envidia por no haber tenido esos lazos estrechos cuando ellos mismos eran criados.

Los hombres que no son los padres pueden desempeñar funciones cruciales en la vida de los niños que de ordinario no tienen acceso a sus propios padres. Es probable que las madres no encuentren que sea particularmente fácil conseguir una presencia masculina, en especial si la ausencia del padre del niño tiene que ver con experiencias negativas en la vida de esas madres con hombres. Pero sabemos que los niños cuyos padres están ausentes tienden a ser niños con pocos o ningunos modelos masculinos de protección o cuidado en ningún momento de su vida. Estos niños pueden hallarse en creciente riesgo de dependencia constrictiva de sus madres, que con frecuencia se hallan exhaustas y solas, pues no conocen a ninguna otra “persona especial” que les ayude a sentirse seguros en tanto buscan la autonomía de ella.

Los hombres de la comunidad —entrenadores, maestros, vecinos, esposos de amigos, hombres de la comunidad religiosa de la familia, hombres de la entidad Big Brothers (hermanos mayores), padres y abuelos de amigos, tíos— pueden aportar la presencia masculina en la vida de los niños muy pequeños que están hambrientos de descubrir los que dicha presencia puede ofrecerles. Los hombres protectores pueden ser callados, ruidosos, fuertes, ascéticos, pensativos y orientados a la acción. Pueden representar la variedad usual de la experiencia humana. Lo que es importante es que ellos quieren estar en la vida de los niños pequeños. Somos nosotros los que tenemos que pensar en los roles que pueden desempeñar y facilitar su participación. El programa es nuestro problema, no de ellos. Como todavía estamos procurando definir qué es lo que los niños pequeños buscan de los hombres, por qué es importante para ellos estar en los brazos y las mentes de los hombres, tenemos que echar nuestras redes en grandes espacios y con frecuencia.

Enseñanzas del cuarto del bebé

Para terminar, al parecer es acertado volver a donde siempre aprenderemos más sobre el desarrollo de la primera infancia: el cuarto del bebé. Allí veremos que el impulso humano para criar y cuidar es tan poderoso que está igualmente presente en niños y niñas cuando éstos son pequeños. El niño de 30 meses es tan dedicado a bañar, alimentar vestir, cambiar, hacer dormir y eructar a su muñeca bebé como lo es su amiguita. Es tan importante lograr que este comportamiento sea acertado que el placer del niño pequeño en practicarlo parece ser sin fin. Pero una vez que las presiones de la sociedad de ser varón o mujer entran en el panorama en los más o menos dos años siguientes, muchos de los niños comienzan a apartarse inexorablemente hacia la esquina de los bloques, para nunca volver. Pero si uno observa cuidadosamente, se podrá ver una mirada nostálgica por encima del hombro de vez en cuando, como si él todavía deseara poder estar allí donde está la acción real sin que se le llame “un bebé” o sentirse como tal.

A medida que las normas evolucionan y vemos más y más hombres y padres que valoran y mantienen sus propias capacidades de crianza protectora en la adultez, será más fácil para nuestros niños y niñas conservar el poder de competencia en protección en los roles y las expectativas de uno y otro sexo, llevándolos con ellos a la esquina de los bloques. Debido a que los hombres están cada vez más en contacto con sus hijos, es probable que la presencia masculina y paterna se vuelva aún más influyente. Pleck halló que los padres han aumentado su accesibilidad a sus hijos en un 50 por ciento desde los años setenta y comienzos de los ochenta (Pleck, 1997). La competencia por la crianza protectora comienza tan fuerte, y por motivos tan excelentes, que dado un poco de apoyo realmente nunca necesitaría desaparecer. Y un poco de apoyo puede ayudar mucho, precisamente porque la investigación sobre la función paterna ha demostrado que ésta se ve influenciada aún más que la materna por las fuerzas contextuales en la familia y la comunidad (Doherty, Koumeski y Erickson, 1996).

Las conexiones que se hacen en la intimidad del dominio de la crianza protectora tienen efectos duraderos en el hombre y el bebé que se conectan allí. Es necesario que nuestros programas, nuestra investigación, nuestras intervenciones y nuestras políticas fomenten estas conexiones. Las oportunidades perdidas también tienen efectos duraderos.

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