El desarrollo del cerebro es más sensible a la nutrición de un bebé entre la mitad de la gestación y los dos años.
Los niños que son malnutridos –no tan solo los que son difíciles a la hora de comer sino los que son verdaderamente carentes en las calorías y proteínas adecuadas en su alimentación– durante este período no crecen adecuadamente, ya sea física o mentalmente. Sus cerebros son más pequeños que lo normal debido al reducido crecimiento dendrítico, la reducida mielinación y la producción de menos glía (células de apoyo en el cerebro que siguen formándose después del nacimiento y son responsables de producir mielina). El crecimiento inadecuado del cerebro explica por qué los niños que fueron malnutridos como fetos y bebés con frecuencia sufren déficits duraderos de comportamiento y cognitivos, como desarrollo más lento del lenguaje y las habilidades motoras finas, cociente intelectual más bajo y aprovechamiento escolar deficiente.
El peso al nacer de un bebé –y el tamaño del cerebro– dependen de la calidad de la nutrición de su madre durante el embarazo. Las embarazadas deberían aumentar aproximadamente un 20 por ciento de su peso ideal previo al embarazo (por ejemplo, 26 libras para una mujer de 130 libras) para asegurar un crecimiento fetal adecuado. Esto requiere el consumo de 300 calorías más por día, incluidos de 10 a 12 gramos extra de proteína.
Después del nacimiento, el crecimiento del cerebro depende de manera crítica de la calidad de la nutrición de un niño. La leche materna ofrece la mejor mezcla de nutrientes para promover el crecimiento del cerebro, siempre que los bebés lactantes reciban alguna forma de suplementos de hierro a partir de alrededor de los seis meses de edad. (La mayoría de los cereales para bebés son fortificados con hierro, y los lactantes requieren esta suplementación a los seis meses, ya sea que sus madres tengan deficiencia de hierro o no.) La deficiencia de hierro ha estado claramente vinculada con déficits cognitivos en niños pequeños. El hierro es crucial para mantener un número adecuado de glóbulos rojos portadores de oxígenos, que a su vez son necesarios para impulsar el crecimiento del cerebro. Los bebés que se alimentan con fórmula infantil deberían recibir fórmulas que contienen hierro.
Debido al rápido ritmo de la mielinación en las primeras etapas de la vida, los niños necesitan un alto nivel de grasa en su alimentación –un 50 por ciento del total de calorías que reciben– hasta aproximadamente los dos años de edad. Los bebés deberían recibir la mayor parte de esta grasa de la leche materna o fórmula en el primer año de vida; y la leche materna sigue siendo una excelente fuente de nutrición líquida hasta los años en que el niño comienza a caminar. Sin embargo, se puede introducir la leche entera de vaca después del primer cumpleaños y proporciona una excelente fuente de grasa y proteína para niños pequeños en el segundo año. Después de los dos años de edad, los niños deberían comenzar la transición a un nivel de grasa alimentaria más sano para el corazón (no más de 30 por ciento del total de calorías), incluida la leche de vaca de menor contenido de grasas (1% o 2%).